Ciudad de México.- Es el momento perfecto para enseñarles qué comer y cómo hacerlo de forma equilibrada. Además, una dieta bien planificada no solo aporta energía, también ayuda a prevenir problemas de salud en el futuro, como la obesidad o la diabetes.
Cuando un niño entiende por qué es importante comer bien, se convierte en un adulto más consciente. Saben cómo escuchar a su cuerpo, qué alimentos les dan energía y cuáles les restan vitalidad. Además, son más críticos con la información que reciben, especialmente en un mundo lleno de publicidad engañosa y modas dietéticas. La educación nutricional les da herramientas para tomar decisiones inteligentes, no solo en lo que comen, sino en cómo viven. Y, al final, ese es el objetivo: formar niños felices, saludables y seguros de sí mismos.
Todo empieza en casa
Los niños son como esponjas: absorben todo lo que ven y escuchan. Por eso, nuestra responsabilidad como adultos va más allá de poner un plato en la mesa. Hay que enseñarles, con el ejemplo, la importancia de las frutas, las verduras y otros alimentos básicos. Si nos ven disfrutando de una manzana o preparando una ensalada colorida, es más probable que ellos también lo hagan. Sin embargo, si nuestra despensa está llena de alimentos ultraprocesados, lo que estamos enseñando indirectamente es que estos son la norma. Por eso, la educación nutricional no solo implica enseñar a los niños, sino también revisar nuestras propias decisiones como cuidadores.
La educación nutricional no requiere ser experto en dietas ni contar calorías, basta con estar informado y tener la voluntad de aprender juntos. Preparar comidas caseras, enseñar a leer etiquetas y explicar por qué un alimento es mejor que otro son pequeños gestos que marcan la diferencia. En este contexto, las herramientas visuales como el plato del buen comer, pueden ser el mejor aliado para educar a los más pequeños de forma práctica y entretenida.
¿Qué es el plato del buen comer y por qué es tan útil?
El plato del buen comer no es otra cosa que una guía visual diseñada para explicar cómo debe estar compuesta una comida equilibrada. Está dividido en tres grupos principales: frutas y verduras, cereales y alimentos de origen animal o sus alternativas. Lo mejor de este recurso es que, al ser tan gráfico, los niños pueden entenderlo fácilmente. No se trata de aprender reglas estrictas, sino de que ellos mismos identifiquen lo que su cuerpo necesita.
Por ejemplo, si ponemos un plato frente a ellos, podemos preguntarles qué falta o qué sobra, ayudándoles a desarrollar un pensamiento crítico sobre su propia alimentación. Además, el plato del buen comer nos recuerda que las proporciones son importantes, pero no se trata de hacer cálculos matemáticos. Es más bien una forma de equilibrar las opciones que ya tenemos en casa, adaptándolas a nuestras posibilidades y gustos.
Evitar los ultraprocesados, pero sin obsesionarse
Los ultraprocesados están diseñados para ser irresistibles, pero no son precisamente aliados de la salud. Aunque a los niños les encanten las galletas, snacks o refrescos, consumirlos en exceso puede generar problemas como obesidad infantil o caries. Enseñarles desde pequeños a moderar su consumo y preferir opciones más naturales no solo les beneficia en el presente, sino también a largo plazo.
Pero enseñarles a valorar los alimentos saludables no significa que nunca vayan a probar una hamburguesa o un helado, pero sí que aprendan a equilibrar. Por ejemplo, un niño que comprende que las frutas y verduras son su “gasolina premium” estará más predispuesto a incluirlas en su dieta diaria. Además, los hábitos saludables no se limitan a lo físico; también influyen en su rendimiento escolar, estado de ánimo y capacidad para concentrarse. Cuando un niño está bien alimentado, lo notas: tiene más energía, se enferma menos y afronta mejor sus actividades diarias.
Más allá de los alimentos: emociones y nutrición
La relación con la comida no solo es física, también es emocional. Muchos adultos tienen problemas con la comida porque crecieron sin una educación nutricional adecuada. Algunos utilizan los alimentos para calmar el estrés o como premio, algo que puede convertirse en un hábito poco saludable. Por eso, desde pequeños, es vital enseñarles que la comida no debe estar vinculada a emociones negativas ni positivas. No se trata de premiar con dulces o castigar retirando el postre. Es mejor enseñarles a disfrutar cada alimento por lo que aporta, como un “superpoder” que los ayuda a crecer fuertes y sanos.
La escuela como aliada clave
Aunque el hogar es el primer lugar donde los niños aprenden, la escuela también juega un papel crucial. Introducir programas de educación nutricional en los colegios es una excelente manera de reforzar lo que se enseña en casa. Charlas, talleres o actividades prácticas, como crear un huerto escolar, son herramientas súper efectivas. Además, involucrar a los profesores y hacer que las comidas en del comedor sean saludables es otro paso en la dirección correcta. Si un niño ve coherencia entre lo que se le enseña en casa y en la escuela, es mucho más probable que adopte esos hábitos.
