En la actual política mexicana, desde el gobierno con mucha frecuencia se invoca el pasado y se le condena, achacándole todos los problemas no resueltos, o los que no pueden resolver. Pero ese mismo condenable pasado —lo vemos a cada rato— se repite en las formas de la política, sobre todo en la toma de decisiones, en los pactos, en las negociaciones y en las principales expresiones del ejercicio del poder.
El presidente de la República ha entrado a su quinto año de gobierno, y por primera vez en la historia mexicana, en 2024 se aplicará la reforma al artículo 83 constitucional que establece: “El presidente entrará a ejercer su encargo el 1 de octubre y durará en él seis años. El ciudadano que haya desempeñado el cargo de presidente de la República, electo popularmente o con el carácter de interino o sustituto asuma provisionalmente la titularidad del Ejecutivo federal, en ningún caso y por ningún motivo podrá volver a desempeñar ese puesto”.
Le corresponderá al presidente López Obrador dejar la presidencia el último día de septiembre de 2024 y su sucesor estrenará la nueva fecha (1 de octubre). Es decir, en los hechos López Obrador será un presidente de cinco años y diez meses y a quien lo suceda le tocarán seis años plenos, desde que el presidente Lázaro Cárdenas inaugurara los sexenios en el sistema político mexicano post revolucionario.
La política del pasado se volverá a repetir en el método sucesorio, como se ha hecho desde que Álvaro Obregón, en 1923, decidió que su sucesor fuera el secretario de Gobernación Plutarco Elías Calles. Será el presidente de la República actual quien decida su propio relevo, cuando menos en la candidatura de su partido; nadie más. ¿Misterios del sistema político mexicano? A pesar de reiterar a cada rato de que no son lo mismo y que no se parecen a los de antes, no disponen de otro método.
El último presidente que logró heredar el poder a su favorito fue Miguel de la Madrid (1982-1988) al impulsar la candidatura de Carlos Salinas de Gortari, que gobernó de 1988 a 1994.
Salinas impulsó la candidatura de Luis Donaldo Colosio con el fatal desenlace de marzo de 1994. Ese hecho lo obligó a buscar una candidatura sustituta que recayó en Ernesto Zedillo.
Zedillo impulsó a su secretario de Gobernación Francisco Labastida como candidato del PRI, pero fue derrotado por Vicente Fox, que gobernó de 2000 al 2006. Fox se destapó como candidato del PAN siendo todavía gobernador de Guanajuato, en 1997, y nadie —hacia el interior del PAN— pudo pararlo.
Fox impulsó la candidatura de su secretario de Gobernación Santiago Creel, pero fue vencido en una interna panista por Felipe Calderón, que gobernó de 2006 a 2012.
Calderón promovió desde un principio y en varias secretarías de Estado a Ernesto Cordero, pero los panistas se decidieron por Josefina Vásquez Mota como candidata, que quedó en tercer lugar después de Enrique Peña Nieto —que había tenido el consenso de los gobernadores del PRI y primero en las encuestas—.López Obrador participó ese año en su segunda campaña presidencial.
El presidente Peña Nieto estaba convencido de que José Antonio Meade sería el mejor candidato del PRI para el 2018, con todo y las reformas promovidas a los documentos básicos del PRI para darle entrada a un externo que nunca había manifestado su militancia priista.
Desconocedor de la cultura priista y con una enorme impopularidad por los escándalos de frivolidad y corrupción en su gobierno, Peña Nieto llevó al tercer lugar en las elecciones presidenciales a José Antonio Meade, con unos resultados nunca vistos en el PRI. Meade logró 9.2 millones de votos (16.4% de la votación), López Obrador obtuvo 30.1 millones (53.19%) y Ricardo Anaya 12.6 millones (22.27%).
En Morena a cada rato presumen el método de las encuestas para seleccionar a sus candidatos. Ese método no estaba en sus estatutos, pero al reconocer que no tenían estructura ni cuadros políticos originales, dada la escasa antigüedad del partido — que apenas tuvo su primera elección nacional en 2015—, se vieron en la necesidad de buscar candidatos en otras formaciones partidistas como el PRD, PAN y el PRI. Es decir, aplicaron más el pragmatismo que la normatividad y borraron las asambleas electivas sabiendo que no llegarían a buen puerto por los conflictos y las disputas internas.
El proceso sucesorio mexicano, cuando menos hasta la presidencia de Enrique Peña Nieto, arrancaba después del cuarto informe presidencial. La decisión se hacía pública después del quinto, y posterior a la elección coexistían durante más de cinco meses un presidente electo (casi siempre en julio) y el constitucional (a punto de terminar con su responsabilidad en diciembre). Eran meses de dudas, incertidumbres y desgastes donde se tenían que enviar señales sobre el programa de gobierno y la integración de los gabinetes. A raíz de los cambios constitucionales, hora será de junio a septiembre.
La sucesión en México la ha adelantado el propio presidente, después de jurar y perjurar que ya nada es igual que antes. ¿Será? ¿Tendrá ya decidida el presidente López Obrador la candidatura de su partido?,
¿Tendrá ya las primeras “encuestas” sobre los tres nombres de Morena que más se mencionan para sucederlo?
Desde el interior del gobierno se ha puesto en marcha un intenso activismo a favor de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, como queriendo interpretar el sentimiento y la voluntad presidencial. Además, Sheinbaum es la que de más recursos económicos dispone por el gran presupuesto — y la discrecionalidad en el gasto— que se maneja en la Ciudad de México, comparado con los limitados que se ejercen en Relaciones Exteriores, la Cámara de Senadores y Gobernación, donde se nota más la compleja normatividad que los recursos económicos.
Esto ya lo detectaron tanto Marcelo Ebrard como Ricardo Monreal y son los que hasta ahora han demandado “piso parejo” en la contienda interna y han denunciado la campaña tempranera de los partidarios de Sheinbaum en varias entidades del país.
El método presidencial para comunicarle al ganador (o ganadora) de la contienda por la candidatura de Morena a la Presidencia de la República será seguramente el mismo que utilizaron otros presidentes en el pasado, a saber: “Me informa el partido que las bases se inclinan por usted”, o “Me llegan muchas inquietudes a su favor para que usted encabece y continúe con el proyecto”, o “Las encuestas propias —que solo conoce el presidente— muestran una preferencia para que usted abandere una nueva etapa de cambios en México”. Esa decisión seguramente ya se está cocinando y se informará a quien el presidente de la República decida por allá a mediados del año, para que cuente con mucho tiempo para organizarse de cara a la elección de junio del 2024.
¿Todavía atados al pasado? En muchas cosas todavía, como en las mejores épocas de la política mexicana desde 1920. Subsiste sin embargo la duda, en función de que en los últimos 30 años los presidentes de la República han seleccionado candidatos en sus partidos, pero no presidentes. ¿Se irá a repetir la historia con López Obrador y Morena?
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