A las 5 de la tarde ya estaba todo listo en el aula 2 de posgrado de El Colegio de Sonora. Los maestros esperaban a los niños, niñas y adolescentes, integrantes del Programa de Asesorías Escolares Gratuitas (PAEG), en especial a los hermanos Saavedra: Nina, de 5 años; Abel, de 7 años; Mónica, de 12 años; y Vero, de 14 años, originarios de Venezuela. Ese día sería su última sesión en el PAEG, pues les había llegado la cita a través del mecanismo del CBP One. La familia tenía que presentarse el lunes 19 de agosto a las 8 de la mañana en El Paso, Texas.
El café estaba listo, y el agua para el té también. En eso llegó la colega Mónica con un delicioso pastel de doble chocolate, y solo de imaginar la felicidad de los niños al verlo, sonreí; quizá porque recordé lo golosa que fui de niña. La algarabía de los niños se escuchó desde la sala 2. Salimos a su encuentro: venían 9 de los 10 integrantes de la familia Saavedra Anaya.
Estaban la Señora Norma y sus hijas: Las cuatas Meche y Maru, de 16 años, y la hija mayor Yoli de 34, quien es madre de los cuatro hermanos Saavedra, junto a su padre, el Sr. Sergio. Los niños más pequeños se divertían con una maleta vacía que habían comprado en el Centro en preparación para su viaje.
Le comenté a Yoli y a su esposo Sergio que podríamos aprovechar el tiempo para acompañarlos e ir a comprar los boletos a la Central Camionera mientras los niños tomaban la clase. Estuvieron de acuerdo. Antes de salir de El Colegio, la maestra Fabiola dijo: "No tarden mucho para partir el pastel". En el carro, Yoli iba rezando, y el señor Sergio diciendo que todo saldría bien.
Al llegar a la Central Camionera, por instinto tomé la credencial de profesor investigador de El Colegio de Sonora, como para apoyar cualquier posible alegato con el vendedor de boletos, en caso de que no les quisieran vender. Afortunadamente, no fue así. Llegamos al mostrador muy sonrientes y con buena actitud. El joven Luis, de unos 30 años, los atendió sin pedirles ningún documento, solo los nombres de los pasajeros. Fueron seis boletos a Ciudad Juárez, Chihuahua. Luis preguntó qué asientos querían mientras volteaba la pantalla de la computadora hacia ellos, señalándoles los asientos vacíos.
Yoli apuntó con un dedo los asientos que preferían mientras con la otra mano abrazaba el sobre de plástico que contenía todos los documentos: actas de nacimiento, credenciales de identificación de Venezuela, boletas de las escuelas, la cita CBP One impresa, esperando que se los pidieran, pero no fue así. Contentos, agradeciendo a Luis, nos despedimos. Los ojos de Yoli y Sergio se llenaron de lágrimas. "Alabado sea el Señor", dijeron. Después de dos años de haber llegado a Hermosillo, Sonora, estaban cada vez más cerca de su sueño.
En el carro reíamos y repasábamos lo que había pasado. Estábamos sorprendidos de que no pidieran ningún documento. No se pudo evitar la crítica a la otra línea de autobuses, que no vende boletos a personas extranjeras, aun con papeles de cita CBP One. "Gracias, Señor", exclamó Yoli, y comenzó a orar:
Podemos salir de la desesperanza. Es nuestra obligación. Es necesario que retomemos el timón del barco de nuestras vidas. Es nuestra responsabilidad luchar por un futuro mejor, porque es la herencia que dejaremos a nuestros hijos. Debemos ser ejemplo de la lucha, del progreso, y no de entrega y mediocridad".
La salida a Ciudad Juárez había quedado para el sábado 17 de agosto a las 9:45 de la noche. En el carro hablaban de los preparativos del viaje, comentando la buena idea de haber comprado una maleta en lugar de llevar mochilas para "no parecer migrantes", bromeando sobre ellos mismos.
Llegamos a El Colegio y ya nos estaban esperando para partir el pastel. La pregunta inicial fue: "¿Qué pasó?". A lo que ellos respondieron alegres: “Nos vendieron los boletos”, y todos sonrieron y festejaron.
La familia había conseguido aproximadamente 15 mil pesos para el viaje. No estaban preparados para que la cita llegara tan rápido, la pidieron cuando Vero de 14 se graduó de la secundaria a finales de junio, así que pidieron prestado a familiares en Odesa, Texas, quienes serían sus patrocinadores en Estados Unidos. Además, obtuvieron el finiquito tras renunciar a sus trabajos en Hermosillo: Yoli, como trabajadora doméstica, y Sergio, empleado en la bodega de una marisquería. Yoli comenta que habían sido días intensos para lograr conseguir el dinero. Tuvieron que ajustarse los cinturones en las comidas y restringir las salidas en camión para ahorrar lo más que se pudiera.
En la sala 2 de posgrado había euforia, mucho chocolate, café, pero también había rostros con tristeza y preocupación. Era el rostro de Norma, la abuela de los hermanos Saavedra, quien, en compañía de las cuatas y otro hijo, se quedaría en Hermosillo.
La familia se separaba ahora de sur a norte. La Sra. Norma quería esperar a que las cuatas terminaran la preparatoria para decidir si continuaba hacia Estados Unidos o se quedaba en Hermosillo. La familia valoraba todo el avance que habían tenido en su estancia en Hermosillo. "No fue fácil", dice Yoli. "Tardamos seis meses en llegar a México desde que salimos de Venezuela. Cruzamos la selva del Darién".
"Nina tenía 3 años y mi esposo la subía a la espalda. Aunque queríamos evitarlo, los niños vieron muchas cosas feas en la selva. Al llegar a Colombia estuvimos unos meses trabajando vendiendo dulces; después, en Ecuador; luego, en Guatemala. En México nos detuvieron, nos quitaron los celulares. Después pudimos seguir avanzando hasta llegar en caravana a Hermosillo, Sonora, y llegamos al albergue de la colonia San Luis”.
Fue en el albergue donde conocimos a los 10 integrantes de esta familia. Fuimos a invitarlos al PAEG. En pocos meses, la familia decidió salirse del albergue y rentar una casita al norponiente de la ciudad. Yoli, Sergio y Manuel se dedicaban a trabajar, y la Sra. Norma se encargaba de hacer comida y cuidar a todos los niños y adolescentes. Así se habían organizado desde que salieron de Venezuela. Con el paso de los meses, apoyamos con las gestiones para que los niños y adolescentes ingresaran a la escuela pública: preescolar, primaria, secundaria y preparatoria. Norma se encargaba de llevarlos y recogerlos en las escuelas. También era quien se presentaba en las gestiones de inscripción.
Todos habían resultado unos excelentes estudiantes. Nada era imposible para estos 6 niños. ¡Cómo no! Como dijo Marla, de 12 años, cuando increpó riéndose a un jovencito de Guatemala en una clase del PAEG: "Las mujeres somos más fuertes, no te veo cruzando la selva del Darién como yo". Todos reímos.
Ese día todos comimos pastel. Después, se hizo entrega de los diplomas a los cuatro hermanos que partirían. Agradecimos su presencia y expresamos lo significativo que fue tenerlos en el PAEG.
Cada uno de los maestros y estudiantes de posgrado presentes les brindó unas palabras: "nunca olviden su identidad", "los echaremos de menos", "tienen mucha fortaleza", "siempre formarán parte de la familia del Colson", "no se rindan", etc. Hubo lágrimas, risas y abrazos. El señor Sergio agradeció el apoyo brindado a sus hijos y celebró la hospitalidad y solidaridad del Colson hacia ellos.
Después, los vimos partir por el callejón Ayón hacia el centro de la ciudad para tomar el camión rumbo a casa. Los niños más pequeños iban jugando con la maleta rosada con ruedas. Con nostalgia, mientras el sol se metía los vimos alejarse hacia la calle Chihuahua; ya no voltearon.
El sábado 17, estaban desde las 20:30 horas en la central camionera. Llevaban papitas, agua, refrescos y sándwiches. Norma, la abuela, no pudo ir a despedirlos; dijo que era muy noche para andar sola.
Los niños subieron al camión con algarabía mientras Yoli les indicaba dónde sentarse. El chofer encendió el motor del camión. En ese momento, comenzó una lluvia copiosa que corría por las ventanas del camión, y Yoli escribió: "El cielo llora porque la familia se separa…".