COLUMNA DE OPINIÓN

Alfredo Ibarra y el Huatabampo que cambió

Columna de Bulmaro Pacheco

Columna de opinión de Bulmaro PachecoCréditos: TRIBUNA
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Va a cumplir 76 años el próximo 18 de julio, y su semblante —optimista, renovado y crítico— sigue igual que en otros años. Problemas menores de salud y sin el peso de enfermedades crónicas, sus dolencias por ahora se concentran en tropiezos a causa de negligencias y descuidos (una inyección mal aplicada, exceso de confianza o un mal trabajo hospitalario, etcétera) que por males hereditarios o secuelas de enfermedades graves que han golpeado a su generación —aquellos que nacieron en Huatabampo después de la Segunda Guerra Mundial; más precisos: de 1948 en adelante).

Es optimista y aspira a reponerse para regresar a trabajar en lo que es lo suyo: La cultura de belleza y los trabajos de la estética, en el espacio que ha utilizado en su casa en los últimos 50 años, en la esquina que forman Ocampo y Juárez. Ahí donde por años era común verlo muy de mañana regando sus plantas y barriendo la banqueta. Una imagen que les ha quedado grabada a los amigos y vecinos que le extrañan.

El agricultor y ganadero Federico Ibarra Espinoza, de Álamos, y Amanda Ibarra Verdugo, de Masiaca, procrearon siete hijos entre 1935 y 1948: Manuel de Jesús, Federico, Julián, Germán, Clemente, Mario Alberto y Alfredo —el favorito de su madre—.

Alfredo cursó dos años de primaria en la escuela particular Alberto Gutiérrez. Doña Amanda lo cambió de tercero a sexto año a la primaria Fausto Topete, donde conoció a gente que después jugarían papeles destacados en Huatabampo como; Juan Corral, Efrén Pacheco, los hermanos Patiño, Gonzalo y Félix Ávila, entre otros.

Terminó la primaria y se inscribió en la Secundaria 17, donde recibió importantes enseñanzas de parte de profesores como Enriqueta Miranda, Yolanda Gastélum y Lydia Favela, entre otros.

Después iría a estudiar la preparatoria a Hermosillo, donde solo estuvo año y medio, combinando la escuela con la venta de enciclopedias casa por casa. Allá estuvo su mamá acompañándolo en una casa de asistencia que logró echar a andar para asistir a gente de Huatabampo.

De regreso a su pueblo, se inscribió en la preparatoria que dirigía el recordado profesor Pascual López Quijada. Combinó el estudio —hasta el quinto semestre— con un trabajo administrativo de inspector en el CIANO para trabajar después con el dirigente ganadero Emilio Rosas Talamante, desempeñándose como secretario y auxiliar administrativo, con oficina en la propia casa del ganadero.

Meses después, en 1971, lo invitó a viajar a la Ciudad de México su amigo Jorge Mario Rosas (hijo de Ponchón). Allá vivió con su hermano Clemente, en Villa Coapa, y trabajó como cajero de bóveda en los Servicios Panamericanos de Seguridad.

Por enfermedad de Doña Amanda regresó a Huatabampo por algún tiempo. Volvió a México y se inscribió en Bellas Artes para estudiar actuación, danza folclórica con Amalia Hernández en el teatro Hidalgo, y artesanías en Chapultepec.

Regresó a Huatabampo en 1974 y se fue a pasar un tiempo a Tijuana donde vivió con su hermano Mario, y trabajó como almacenista en una empresa importadora de productos franceses.

De nuevo regresó a Huatabampo y se instaló bajo el tabachín de su casa para cortarle el cabello a su primera clienta: Delia Elena Uribe. Mejoró y actualizó su trabajo poniendo luces en el cabello, haciendo maquillajes y aplicando tinte con una segunda clienta: Rossy Káram.

Sintió que le faltaba formación y volvió a México a un curso con Trini Meza, la maestra —de aquellos tiempos— de los peluqueros nacionales. Trini le reconoció habilidades y talento y le dijo que “él podía dar clases”.

Animado y capacitado regresó a Huatabampo, y con unos muebles que le regaló Carmen de la Llata y con un préstamo de cinco mil pesos que le hizo Margarita Macías, se instaló en la esquina de su casa. Para 1977 ya había creado cinco empleos y amplió su horario de trabajo iniciando a las siete de la mañana y sin límite de tiempo.

Creó fama regional y se convirtió en una especie de “superstar” de fiestas y bodas en la región del Mayo. Todavía funcionaban en Huatabampo los centros sociales y los clubes de servicio. Combinaba su trabajo en la estética con la capacitación en la Ciudad de México y en Madrid, España, con el gran estilista español César Morales.

En la Ciudad de México conoció al cantante Valerio, de quien se hizo muy amigo. Valerio le presentaría en su departamento de la calle Chilpancingo a la cantante Ana Gabriel, de quien también se hizo muy amigo y la acompañó por varias ciudades de México. Una amistad que hasta la fecha se mantiene y se ha consolidado.

Sin embargo, Alfredo fue testigo de que las cosas fueron cambiando tanto en su actividad como en lo social y cultural, y lo destaca:

Por ejemplo, cuando se cerró la llamada “Zona de tolerancia”, en 1999, porque en los bares de la ciudad se permitió que trabajaran mujeres. Los bailes y las celebraciones en el área urbana fueron decayendo y eso bajó la clientela de las estéticas.

O cuando cerró también sus puertas la Sociedad Mutualista Hidalgo —a juicio de algunos, uno de los mejores lugares para bailar— con sus doscientos cincuenta metros cuadrados de pista de baile.

La famosa Mutualista (por el seguro de mutualismo) fue fundada en diciembre de 1930 para apoyar a sus socios (llegó a tener 1,200) con algunos gastos sobre todo en el fallecimiento.

Las “benemérita” sociedad mutualista se desintegró en 1997 y en 2004 el edificio se puso en venta. El proyecto era hacer un casino ahí, pero no se pudo demostrar la legítima adquisición de la propiedad y el plan se frustró. Finalmente se vendió y el dinero de la venta se repartió entre 27 socios. Hoy la enorme construcción ubicada por la calle Allende, entre Guerrero y Galeana, luce semi abandonada, descuidada, y se usa como bazar.

Destaca cuando cerró el llamado Casino Social de Huatabampo, que por más de 60 años (1947-2007) celebró diversos acontecimientos sociales y políticos. En 2016 se le rentó por 20 años al empresario Gerardo Rodríguez Encinas, que celebra entre 25 y 30 eventos al año, ya no los tradicionales con coronaciones de reinas y agregados.

Señala cuando cerró en 1985 la recordada Cancha Superior, célebre por los bailes que ahí se organizaban y por los conjuntos que ahí se presentaban —entre otros Los Noreños y Chayito Valdez—. Ubicada en la esquina de Nicolás Bravo y Galeana en la colonia centro, fue un terreno propiedad de Cesáreo Duarte Bernal. El espacio fue fraccionado a la muerte de Don Cesáreo por su viuda Cecilia Molina (hoy de 88 años) y repartidos los lotes a sus hijas que ahí edificaron sus casas.

Recuerda con nostalgia cuando cerraron los cines Mayo, Lux y Royal (el techado y el de cielo abierto), y con eso disminuyeron las funciones de sábado y domingo que obligaban a los asistentes a ir bien presentados.

Subraya que también desaparecieron los clubes de servicio. Los Leones tuvieron sus últimas acciones en 2010.El último presidente del Club (creado en 1952) explica así el fenómeno: “Se hizo viejo el equipo y no hubo renovación con jóvenes”. La vieja casona de 16 de Septiembre y Zaragoza luce sola y semi abandonada.

O cuando también decayó el “Club de Gatos” (antes Tigres), fundado en 1953 como reacción a la creación de los leones. El viejo inmueble de la avenida Juárez se mantiene ya sin las actividades que en el pasado le dieron lustre y participación social,

A pesar de esos cambios radicales en su pueblo, dice Alfredo Ibarra: “He sido un hombre feliz, porque he hecho lo que me gusta y por más de 50 años he tratado de ayudar a la gente del pueblo a la que quiero mucho”.

“Ha vivido solo —por elección dice— en los últimos 26 años en su casa de origen” donde a cada rato recibe visitas.

Le quedan dos hermanos; Clemente que vive en Toluca y Mario en Tijuana, con los que seguido se comunica. El golpe más fuerte —de los que nunca se repone uno, sostiene—ha sido el de la muerte de Doña Amanda su madre, en 1997, a los 87 años. “Fue una excelente madre que nos apoyaba en todo. Ella educó a sus siete hijos con normas y principios muy estrictos”, dice. “Todos los días la recuerdo, le rezo y le pido que me cuide”. Alfredo cuenta con buenos amigos y con varias amigas —casi hermanas— siempre atentas a lo que se le ofrezca.

Vive en una casa grande, antigua poblada de muebles históricos y antigüedades diversas como candelabros, macetas, biblias, copas, cestos, canastas, figuras de palo fierro, un horno para pan, molino para masa, bules, varios metates con sus manos de piedra, aderezado todo con un gran jardín donde predominan los mangos, duraznos, guayabas, cola de ardilla, pajaritos, amor de un rato, ramo de novia y helechos, entre otras. Es el mundo de Alfredo Ibarra. “Un mundo feliz que no cambio por nada”, dice, y de volver a nacer, “lo escogería de nuevo”. Genio y figura.

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