Xóchitl Gálvez sueña con vencer a Claudia Sheinbaum en las elecciones de junio. La misión no es imposible, de acuerdo a los análisis más serios, pero sí muy difícil… lo que resulta lógico al enfrentarse a un régimen que ha hecho de la autocracia su estilo para gobernar y mantenerse en el poder.
Cierto es que Gálvez cuenta con la mayor parte de los ciudadanos que no comulgan con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), a los que se suman aquellos que terminaron desilusionados del mismo, pero también lo es que con ellos no alcanza.
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La hidalguense necesita motivar a los indecisos, a los que no ven en la política un asunto de interés o, al menos, un camino para resolver los grandes problemas de México. Para ello requiere hacer una campaña perfecta, alejada de los eufemismos, los discursos comunes y, sobre todo, de la tentación de caer en el populismo.
Si bien no puede presentarse como un outsider de la política nacional, sí como una jugadora que refresca el arcaico panorama.
Su problema es que comenzó mal. A unos minutos de arrancar su campaña en Zacatecas, donde su mensaje se centró en la crisis de seguridad que azota a dicha entidad y a buena parte del país, Gálvez prometió construir una super prisión de máxima seguridad donde los delincuentes ingresen para sufrir.
Básicamente Xóchitl se fue por la fácil: lo punitivo como política pública, muy al estilo de Nayib Bukele, el populista ultraconservador que gobierna con puño de hierro El Salvador. Claro que su mensaje excitó a todo los que anhelan mantener y luego incrementar la estrategia del terror, pero alejó a los que creen que México necesita realmente un cambio de timón, una perspectiva progresista para mejorar los índices de seguridad.
Dicha situación deja claro que la candidata de la oposición está en un dilema: seguir su instinto y desarrollar una oferta política propia, o refugiarse en los mecanismos y formas de los regímenes que encabezaron los partidos que abandera.
Si elige el segundo, el fracaso llegará pronto. Pero claro, mientras ella quedará como perdedora, los caciques como Alejandro Moreno, Manlio Fabio Beltrones o Ricardo Anaya gozarán de relevancia al ser las cabecillas de la oposición los próximos seis años.
Si no quiere ser solo un puente para que la larga lista de impresentables vuelva a un poder que no merecen y sólo han ejercido para satisfacer sus ambiciones personales, deberá de imponerse a base de ideas y mejores propuestas.
México necesita una candidata de oposición tan dúctil como coherente, no que únicamente sirva para llevar en andas al grupo de políticos que representan los resabios de un tiempo en que a México le fue tan mal como le va hoy.