OPINION

¿Ha sido el progreso nocivo para las mujeres?

Observatorios Urbanos

Raffaella Fontanot Ochoa, egresada del programa de maestría en El Colegio de SonoraCréditos: Tribuna
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La idea de progreso se inserta en el discurso de la modernidad como sinónimo de desarrollo homogéneo, lineal e individual y asociado al capitalismo económico de las naciones aunque se enuncie desde plataformas políticas distintas en los países latinoamericanos que han pasado por las llamadas economías mixtas, transiciones interrumpidas al socialismo y dictaduras militares que parafraseando a Aníbal Quijano, teórico del pensamiento modernidad/colonialidad tienen en común un modelo de industrialización, con la constante de división sexual del trabajo.

En este contexto, que incluye la agricultura comercial, la sociología del trabajo se plantea un problema general de las condiciones laborales y de género en que las mujeres son incorporadas a la economía de mercado y en la mayoría de los casos el resultado es el mismo: mujeres con salarios más bajos que los hombres, explotación y marginalización laboral, significa también que las mujeres realizan las actividades precarizadas o sin remuneración como son las labores domésticas y de cuidado de las personas.

Esto se traduce en una doble jornada incluso entre las que tienen un nivel de escolaridad alto y son empleadas asalariadas. Veamos que al comenzar la transición a una economía de mercado durante el porfiriato en Sonora, las mujeres tuvieron que buscar el salario y las consecuencias fueron mayor control y vigilancia, explotación laboral y aumento de la violencia relacionado con su cambio de status. 

En años recientes, producto de la privatización económica global, en España las mujeres fueron a ocupar cargos que antes desempeñaban los hombres, sólo que con menor salario, además de que deben pagar por las labores domésticas y el cuidado de las personas en su núcleo familiar, mismo que realizan mujeres migrantes centro y sudamericanas.

De esta manera el sistema se engrosa de riqueza a costa del trabajo de las mujeres, ni un centavo extra procede de las empresas o instituciones que emplean a estas mujeres de negocios o profesionistas españolas para las cuidadoras que requieren, además todas ellas indocumentadas, están lejos del acceso a sus derechos fundamentales.

Después del giro al capitalismo en Corea del Norte, surgió el jangmadang, un sistema paralelo o mercado negro en el que las mujeres llevan una gran responsabilidad, el sostenimiento de un número creciente de familias que por restricciones gubernamentales incluidas las de género se encuentran al margen de la nueva economía, por lo que ellas organizaron sistemas de trueque y ayuda mutua antes de que se desarrollaran los mercados privados, incluso rompen medidas de políticas económicas para sobrevivir y emigran a China temporalmente para sostener a sus familias.

Aunque los efectos de la industrialización como proyecto de modernización y progreso varían entre clases sociales y contextos aunado a que la explotación puede ser para algunos una forma de integración a la sociedad ha quedado demostrado que vuelve a las mujeres vulnerables porque las aleja de los centros de producción y poder en sus comunidades, y las convierte en fuerza laboral precarizada.

De allí la importancia de movimientos sociales como el feminismo comunitario o el descolonial que va adquiriendo fuerza en los países del sur del continente americano, y que abreva bastante del ecofeminismo. La propuesta es un viraje a modelos económicos solidarios, circulares que partan de lo común poniendo la vida en el centro y con ello a las mujeres, para que más allá del progreso capitalista e industrial con sus ingredientes de extractivismo y desigualdades acompañados de muerte, cuya prioridad es la reproducción del capital; aseguremos no sólo la vida, sino una que sea digna de ser vivida. 

lafontanot@gmail.com 

Fuente: Redacción Tribuna