Tijuana, Baja California.- El Cártel Arellano Félix, también conocido como el Cártel de Tijuana, dominó el narcotráfico en México durante la década de 1990 y principios de los 2000. Su éxito se debió a una estructura jerárquica, de base familiar y altamente disciplinada, que combinaba una visión empresarial con una violencia despiadada. En la cúspide de la organización se encontraba un consejo de hermanos que dirigía todas las operaciones.
Benjamín Arellano Félix, alias 'El Señor', era el cerebro estratégico y líder principal. Se encargaba de la planificación a largo plazo, las alianzas y la gestión general del cártel, operando como un auténtico CEO del crimen. A su lado, su hermano Ramón Arellano Félix, 'El Mon', era el brazo ejecutor. Famoso por su brutalidad, Ramón lideraba a los sicarios, responsable de eliminar a rivales, infligir castigos y sembrar el terror para mantener el control de la plaza.
Los otros hermanos desempeñaban roles clave que complementaban este liderazgo compartido. Eduardo Arellano Félix, 'El Doctor', se enfocaba en las finanzas y el lavado de dinero, mientras que Javier Arellano Félix, 'El Tigrillo', supervisaba la logística del trasiego de drogas y las operaciones diarias. Debajo de este núcleo familiar, la estructura se extendía a través de lugartenientes de confianza que gestionaban células operativas.
Estas células se especializaban en tareas como el transporte, la seguridad, la vigilancia y la corrupción de autoridades. El brazo armado del cártel era notorio por su innovación en tácticas violentas, realizando ejecuciones públicas para intimidar a sus adversarios y a la sociedad. Un pilar fundamental de su poder era la extensa red de corrupción que tejieron. Se infiltraron a corporaciones policiales locales, estatales y federales.
Así como a funcionarios del sistema judicial y político, lo que les garantizaba un alto grado de impunidad. Esta estructura, aunque sólida, era también su mayor debilidad. Al ser tan centralizada en la familia, la captura o muerte de los hermanos clave, como la de Ramón en 2002, decapitó el liderazgo y provocó la fragmentación y el declive inevitable de una de las organizaciones criminales más poderosas de la historia de México.
Fuente: Tribuna
