OPINION

El estilo personal de gobernar

Bulmaro Pacheco, columnistaCréditos: TRIBUNA
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Don Daniel Cosío Villegas, uno de los más calificados historiadores de México y fallecido en 1976, escribió entre muchas obras, El estilo personal de gobernar. Un libro que aborda el estilo del presidente Luis Echeverría, que gobernó México de 1970 a 1976.

Echeverría había sido antes secretario de Gobernación, subsecretario de la misma dependencia, oficial mayor de la SEP, y director general de Administración en la Secretaría de Marina. Cosío fundador del Colegio de México, del Fondo de Cultura Económica, El Colegio Nacional y la Escuela Nacional de Economía, criticaba el estilo de Echevarría, apresurado, populista, y su activismo poco conocido entre los presidentes de México, tanto en lo nacional como internacional.

El libro hizo época y sentó un precedente. Cosío recibió ataques desde el poder, incluido un libelo que se metía con su vida personal, pero fue arropado por el medio académico y por una sociedad que ya había despertado en parte gracias a los acontecimientos de 1968. Echeverría hizo mutis y la cosa no pasó a mayores. Casi 50 años después La historia tiende a repetirse en otras circunstancias y en forma regresiva.

Hace falta otro texto sobre el “estilo personal de gobernar” del Presidente López Obrador. A casi 4 años de su gobierno ya se notan sus principales características (muy pocos logros) y estilos (un populismo actualizado) pero falta ahondar en dos de sus limitaciones: La intolerancia con los que no piensan como El, y el Estado de Derecho que no se alcanza a ver. Algo tienen los gobiernos de la llamada 4T que no les gusta dialogar con el resto de los actores políticos. Se trata de un nuevo fenómeno—raro y atípico—dentro de las alternancias que ha vivido México desde 1989 a la fecha una etapa de consolidación de la pluralidad política. Lo mismo pasa en el gobierno federal que en los estados y los municipios. No les gusta confrontar ideas con la gente que piensa diferente a ellos; se enojan de inmediato y tienden a descalificarlos. “O Están resentidos, o son conservadores o son parte del neoliberalismo que azotó a México en el pasado”, dicen. “O se oponen a las grandes transformaciones o al momento estelar (Zweig) que vive México”, sin definir en qué consiste dicho momento estelar o cuáles son las grandes transformaciones de las que hablan, porque ni se ven ni se sienten, lo decía el clásico. Tan seguros estuvieron en sus proyectos políticos de que sus ideas eran dominantes cuando ganaron el poder, que les dio por excluir, marginar y hacer a un lado tanto a los opositores como a quienes los criticaron.

De acuerdo con sus ideas, el costo de llegar al poder fue muy alto y consideraron que por eso la sociedad les aplaudiría todo y toleraría excesos y desplantes, como los ocurridos con el servicio exterior, la seguridad pública, la CNTE, Notimex, Guerrero, Veracruz y Morelos, por ejemplo, o lo sucedido en algunos municipios, donde sus representantes han dejado mucho que desear.

Les bastaba con el cliché de prometer su consabida oferta de “no robar, no mentir y no traicionar”, sin esforzarse más en una oferta política mas amplia, como su máxima aportación al pensamiento político mexicano de los últimos años de la llamada transición moderna. ¿Por qué? Porque la izquierda triunfalista piensa que le costó llegar y que por eso tiene derecho a gobernar sola —o con sus aliados de última hora—, sin consultas, sin diálogo, sin acercamientos.

Faltaba más, en el camino de sus triunfos no dudaron en comprar, acercar y vender expectativas de mejoramiento político a los adversarios previamente señalados por inconformidades o disidencias en sus partidos, para integrarlos a sus proyectos. Si en sus partidos de origen eran conflictivos y cuestionados por su moral pública, con solo pasarse a Morena quedaron limpios de todo, una verdadera ganga!

Ni un pasado que les pudiera afectar ni presente exento de compromisos políticos por cobrar, y nunca en la primera fila pero siempre en la desconfianza, los nuevos se la creyeron y dieron lugar a nuevas formas de hacer política, con regresiones y prácticas que creíamos desterradas. Ejemplo: es la vieja práctica de gobernar con los parientes, algo que en gobiernos anteriores se había combatido por los frecuentes señalamientos de nepotismo.

Ahora se han perdido las formas y en cualquier nivel, no desdeñan la posibilidad de promover al sobrino, al hermano, al cuñado, al primo o a la hermana de la esposa y llegando al extremo de recomendar a parientes consanguíneos, no solo para cargos administrativos sino para promoverlos a cargos de elección o para que ellos sean factores de poder que recomienden funcionarios o medidas de gobierno con la autoridad derivada solo de ser parientes. Los municipios viven unas de las peores crisis de su historia. Están invadidos por el crimen organizado, no tienen dinero ni para lo elemental, no cuentan con planes de reformas administrativas, cargan con costosos pasivos laborales y cada día se incrementa el nivel de rezago en obras y servicios, sobre todo en materia de seguridad pública. Y ya ni echarle la culpa al pasado les funciona, porque ellos desde hace un buen tiempo han gobernado esas realidades. La pluralidad en la integración de los ayuntamientos al principio mejoró el nivel del debate y la participación política en los municipios, pero después decayó hasta degenerar en la integración de gobiernos de amigos, parientes y aliados que en unos cuantos meses demostraron falta de viabilidad, corrupción, ineptitud y en no pocos lugares, serias crisis de gobernabilidad por no ponerse de acuerdo en estrategias y fines de los gobiernos y seguir con los mismos vicios de siempre.

Y hay elementos para fundamentar el capítulo relativo al clima de intolerancia: Pelear todos los días con los periodistas desnaturaliza la función presidencial con altos costos para la tarea de gobierno que requiere el tiempo y la atención del Presidente, en otros graves problemas. También la desnaturaliza el hablar a cada rato de “golpe de Estado” o de la presunta desaparición de la presidencia “por enfermedad”, con testamento agregado o la frecuente comparación de AMLO con Juárez,Madero y Cárdenas (sic) ¿A dónde piensan llegar con eso?

También la embestida contra los órganos autónomos, “Por caros” y la intención de desaparecerlos o castigarlos presupuestalmente. La interrupción del diálogo con los actores políticos que había iniciado el nuevo secretario de gobernación que presagiaba una nueva relación entre el ejecutivo y los actores políticos de México. Como dice el académico Julio Frenk: “Hoy tendemos a descalificar, antes de siquiera escuchar los argumentos porque en la polarización política que vivimos, hemos tendido a ubicar a la gente de antemano en nosotros y los otros”.

El exceso de los gobernadores y los senadores de Morena de acusar mediante desplegado público de “traición a la patria” a los críticos del Presidente no tiene desperdicio por la posición tan retrógrada que sostienen y por la obsoleta visión de México que mantienen. Todo indica que estamos regresando a la etapa del hiperpresidencialismo que tanto costó moderar y atenuar entre 1977 y el 2018, la etapa—esa sí—de las grandes reformas del México moderno.

Cuidado!

bulmarop@gmail.com