El gobierno del estado entregó al Congreso su proyecto de presupuesto para 2023 bajo un concepto tan ambicioso como ambiguo: que es el más grande a nivel de desarrollo social de la historia.
Ergo, el discurso oficial se centra en vender la idea de que a nadie le han importado más los pobres, la clase trabajadora y los vulnerables que a este gobierno; todo lo que se hizo antes fue malo, neoliberal y funesto, tal como lo dicta el manual retórico de la 4T.
Pero ya que se escudriña en el documento, la realidad choca con dureza contra la intentona de engañar al ciudadano con un discurso que hace del eufemismo su principal aliado.
Que el estado no tiene recursos suficientes y carece de la voluntad para generarlos, o buscarlos en otros sitios, reluce tras el análisis de un presupuesto que prioriza el gasto corriente y los programas socio clientelares y no un mecanismo de desarrollo estatal.
Primero, Alfonso Durazo y su gabinete hacen uso de un sofisma barato: presupuesto social. Que haya recursos para los marginados es obligación constitucional y el compromiso básico de quien ostente el poder, no hay nada qué celebrar ni presumir.
Menos porque tal eslogan es una verdad a medias, más cercano a la mentira.
Relevante sería si existiera un plan de desarrollo social, comunitario y económico que garantizara mejoras en las condiciones de vida de los marginados, pero, al contrario de ello, lo que tenemos es una serie de transferencias cuyo impacto no es medido, que no se ejecuta como política pública de largo aliento, sino como proceso para ganar adeptos y clientelas.
Segundo, pese a tener un erario en horas bajas, el gobierno pecó de tibio y no se atrevió a plantear una reforma fiscal local que le permitiera incrementar su recaudación; apenas subió un par de tasas, temeroso de la respuesta ciudadana y, per se, reconociendo en los hechos la debilidad del pacto social sonorense.
Pudo proponer nuevos impuestos si a la par explicara con claridad cómo los reinvertiría con tal de lograr un círculo virtuoso que acercara la justicia social mediante el auge de la inversión pública.
Entretanto, los millonarios recursos hacia el pago de la deuda pública, el gasto corriente y las dependencias favoritas, continúan sin que Durazo y su séquito se ruboricen.
Con apenas obra, con más promesas que hechos, el segundo año de gestión del actual gobierno carece de argumentos para llamar al ánimo colectivo y pensar que algunos de los muchos problemas que presenta la entidad podrán solucionarse.
Total, ya se sabe que en Palacio de Gobierno conocen más de eufemismos que de estrategias.
@cmtovar