Ciudad Obregón, Sonora.- El miércoles de madrugada en esta semana de festejos allá por tierras no muy lejanas hemos vivido una jornada “histórica” para el país con el tema de la Reforma al Poder Judicial, que en un acto de desprendida y noble virtud los representantes del pueblo de México están por entregarle como ofrenda o sacrificio a Andrés Manuel López Obrador en estos sus últimos días como presidente de los mexicanos; vaya, una suerte de premio por su distinguida labor en este sexenio.
Algunos están en contra, otros no, tenemos sin duda los indiferentes que en muchos casos son la mayoría y aunque gran parte del país está hablando del tema, ninguno leyó el texto de lo que se pretende reformar, ni siquiera tuvo la posibilidad de ver la imagen de la carátula del proyecto de reforma, los más avezados creo miraron un par de textos elegidos al azar no más allá de las primeras 5 páginas y un número considerable de eruditos y no tanto opinó sobre las opiniones (permítanme esta redundancia) de otros que leyeron párrafos diferentes. Pero como el deporte nacional más popular es la “opinología” (vocablo que acabo de crear), una ciencia moderna impulsada por las redes sociales a través de los influencers todos hemos vertido nuestros comentarios al respecto y como quiera una posición al respecto, eso sí, desde la más plausible ignorancia. ¿La reforma es buena o es mala? No lo sé, no la conozco a fondo, pero lo poco que conozco no me gusta.
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El romanticismo de una revolución siempre es bueno. Puro en su concepción e inmaculado en su filosofía, lo difícil es dar el paso para que la gente, el pueblo, pueda vivir de acuerdo a esa forma de pensar y es ahí donde aparecen las diferentes opiniones de cómo llevarlo a la práctica. La justicia en México es imperfecta, el sistema no es bueno, en su defensa hace más de 100 años lo instalaron y desde entonces solo remiendos ha tenido. ¿Necesita una reforma de justicia este país? claro que sí, ¿es la reforma que acaban de aprobar los diputados y senadores la adecuada? Claro que no, porque la justicia nunca va a ser perfecta, pero de lo que no tengo duda es que debe ser imparcial.
Un gobierno que no gobierna, sino que ejecuta una venganza y una oposición que no estuvo a la altura de las circunstancias son los ingredientes de este cóctel que se está gestando para montar en los próximos meses el futuro de la justicia en este país, de solo escribirlo me asusta. Con la consigna de combatir la corrupción vamos a darle la administración de la justicia al poder de la popularidad sobre el mérito a la verdad, la buena voluntad primará sobre la jurisprudencia jurídica y al pueblo bueno le va a tocar la responsabilidad de nombrar a quienes sean los más capaces de dirimir diferendos. Algunos elementos que por ahora me hacen ruido.
No hubo desertores o traidores, tampoco simpatizantes u opositores, simplemente en este proceso gestado entre gallos y media noche no tuvo análisis ni conciencia de que estaban votando. Los foros previos y la discusión en campaña política fueron simples adoctrinamientos de este regalo al presidente. Un proceso lleno de desprolijidades, apurado y sin análisis de lo que necesita México, en una reunión a las que asistí para informarme alguien dijo: el estándar de jueces en un sistema judicial es de 64 magistrados por cada cien mil habitantes, en Latinoamérica hay solo veintidós y en México sólo cuatro por cada cien mil habitantes, y ¿si el problema es ese, esta reforma lo va a arreglar?, tampoco lo sé, pero me animo a decir que no.
Hoy no tenemos elementos para determinar a ciencia cierta si lo que vivimos en estos días, no sé si es bueno o es malo, lo único que sé es que así no debió ser.
Fuente: Tribuna