Vivimos en un mundo, más allá de ideologías, controlado por el capital, por la demanda de los mercados, que manejan lo que les place desde el dogma económico. Nos guste o no, la oferta y la demanda hacen humo cualquier otro asunto.
La invasión de Rusia a Ucrania ha provocado un problema grave con los energéticos: el gas natural y el petróleo escasean, y se sabe que, en la necesidad, es cuando flaquean los ideales.
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Europa no se enfrenta directamente con Moscú por temor a que cierre la llave del gas, indispensable para la industria y para sobrevivir al invierno, mientras que Estados Unidos olvida todas las afrentas anteriores y negocia con la Venezuela de Nicolás Maduro, su acérrimo rival, la compra de petróleo.
El panorama deja algo lógico: los precios de los energéticos suben en todo el mundo y la inflación se dispara.
¿Y qué hace México?
En lugar de aprovechar la coyuntura e invertir en transporte público eficiente, sustentable y funcional, o en infraestructura para una mejor más rápida movilidad en las ciudades, gastó ya hasta el momento 18 mil millones de pesos en subsidios.
¿Con qué fin? Por una cuestión de imagen, por una postura de mantener su discurso de que con este gobierno no habrá “gasolinazos”, de que con López Obrador la gasolina se mantendrá en un precio adecuado.
La política económica y energética, como muchos otros factores, se encuentra ya bajo el modelo del concepto, de la retórica de un gobierno que busca la popularidad incluso acuchillándose.
La gasolina no es más que otro síntoma de que lo que importa es la forma, el cascarón, pero no el fondo. Con este gobierno, no interesa si el dinero va a un barril sin fondo, si con eso se paga el mensaje que permita pararse el cuello en el presente, aunque de paso se empeñe el futuro.
@cmtovar