El presidente de la república está herido, los últimos hechos le han puesto a la defensiva, más todavía que en meses y años anteriores.
Su problema principal ha sido que, a causa de señalamientos, decisiones y posturas, ha ido perdiendo en la arena que más le importa: la de la retórica, la de la forma sin fondo.
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Y esto, en una situación peor de lo que podía esperarse, no ha hecho más que tornar más agresivo su discurso, atisbar un horizonte con más enemigos y, por ende, volver el mensaje más virulento.
Lamentablemente no hay visos de autocrítica, ni siquiera un poco de ella; López Obrador se resiste a revisar los hechos, a pasar por una criba de juicio sus decisiones o de, al menos, poner en una balanza los resultados de su gobierno.
Llega a tal grado su negativa de reconocer y, a través de ello, tomar decisiones en pro de mejorar su gestión, que el presidente solapa a sus funcionarios, representantes y seguidores.
Pese a las pruebas y evidencias de un comportamiento inadecuado o ilegal, López Obrador se niega sistemáticamente a investigar a sus incondicionales.
Pasó con su hermano Pío, con Delfina Gómez, con el fiscal Gertz, Claudia Sheinbaum, Jaime Bonilla… incluso con aliados espontáneos como Claudia Pavlovich o Quirino Ordaz, a los cuales incluso premió con un cargo en el servicio exterior mexicano.
El presidente, con tal de no perder ninguna disputa, les otorga un patente de corso a costa de la salud de la vida pública del país.
El candidato que prometió combatir la corrupción como las escaleras, de arriba hacia abajo, mutó al mandatario que la permite siempre y cuando esto no interfiera en sus planes megalómanos.
Al reconocer sin decirlo que su popularidad ha caído, prefiere valerse de lo que sea con tal de ganar su disputa consigo mismo y, así, alcanzar el resultado que tanto anhela en el próximo ejercicio de revocación de mandato.
Así es como ha decidido empequeñecerse.
@cmtovar