COLUMNA

Ernesto Zedillo y los malagradecidos de la 4T

Columna de Bulmaro Pacheco 

Bulmaro Pacheco, columnistaCréditos: TRIBUNA
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Escrito en OPINIÓN el

Dentro de la euforia y el triunfalismo que envuelven al oficialismo, que por ahora no entiende razones ni ha dado muestras de humildad alguna después de las elecciones y que mucho menos, ha buscado el diálogo con quienes piensan distinto, ahora les da por la intolerancia ante toda crítica y por menospreciar lo que se hizo por ellos para que accedieran al poder con la equivocada tesis de que la ‘nueva historia de México’ se inicia a partir de su llegada al poder en el 2018.

Han tundido duro al expresidente Ernesto Zedillo por atreverse a afirmar que cuando hablan de la cuarta transformación, ‘se refieren a las felonías que transformaron esos episodios extraordinarios y promisorios de nuestra historia en tragedia para la nación (Santa Ana, Maximiliano, Porfirio Díaz, Victoriano Huerta) y no como se auto adjudican: “la continuación” (sic) de los tres movimientos sociales y políticos que han marcado la historia moderna de México.

Para eso le agregan tesis de dudosa avanzada como la del ‘segundo piso’, la ‘del humanismo’, la ‘de la economía moral’ y la de la ‘revolución de las conciencias’ (sic). Ocurrencias todas.

No le agradecen al expresidente Zedillo que haya sido él precisamente el que promovió la elección directa de jefe de gobierno de la Ciudad de México, en 1996, para la elección intermedia de 1997; que ganó el PRD con Cuauhtémoc Cárdenas. De ahí saltó Cárdenas a la candidatura presidencial por segunda ocasión en el año 2000. Antes, había promovido la reforma de mayor profundidad—desde 1917— de la Suprema Corte de justicia.

Tampoco le agradecen que no se haya metido en el conflicto que enfrentó Andrés Manuel López Obrador como candidato impugnado a jefe de gobierno en el 2000 — no contaba con credencial de elector de la Ciudad de México, sino de Tabasco—. Un hecho denunciado por su contrincante, también del PRD, Pablo Gómez, hoy titular de la UIF. López Obrador — operó con los consejeros del órgano electoral del DF— Rosa María Mirón Lince y Jaime Martínez Veloz que lo dejaron pasar como candidato a pesar de su impedimento. 
López Obrador ganó la elección en la Ciudad de México y empezó a construir desde allí la plataforma para su candidatura presidencial del 2006. Una elección muy disputada, donde se quedó a 0.56 por ciento del primer lugar que ocupó Felipe Calderón.

En el 2006 la elección de la Ciudad de México la ganó Marcelo Ebrard, también por el PRD. La del 2012, Miguel Mancera; la del 2018, Claudia Sheinbaum; y en 2024, Clara Brugada. Es decir, el mismo grupo ha mantenido el control de la Ciudad de México desde que Ernesto Zedillo promovió la elección popular y renunció a la designación presidencial que se ejerció hasta 1994. Con la Victoria de Clara Brugada en 2024 el grupo político de AMLO va para 33 años de dominio político de la Ciudad de México. ¿Quién fue el presidente que empujó las reformas para que la Ciudad de México tuviera autoridades electas por el voto popular?

Tampoco reconocen que, a la hora de revisar las pensiones de los expresidentes de la República, se toparon con que el expresidente Zedillo no cobraba un solo peso, como otros lo hacían. No reconocen que tuvo que buscar trabajo de inmediato ante la necesidad de sobrevivir, porque solo tenía en su cuenta personal los ahorros obtenidos de su salario como funcionario público.
Mucho menos le reconocen la reforma electoral que amplió la representación en el Senado con los 32 senadores de lista, a propuesta de Porfirio Muñoz Ledo y su equipo del PRD, en la famosa reunión llamada ‘acuerdos de Barcelona’.

Mucho menos la reforma política que le quitó al gobierno el control del IFE, y los procesos electorales, e integró al órgano electoral con consejeros ciudadanos que fortalecieron la independencia de la instancia electoral encargada de la operación de las elecciones nacionales y locales. A partir de esas reformas, ya no hubo las señaladas ‘caídas del sistema’ y los conflictos post electorales se resolvieron por la vía jurídica e institucional en todos los niveles.

Tampoco reconocen la reforma que le dio mayor fortaleza al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación al integrarlo al Poder Judicial federal, para que sus decisiones tuvieran una mayor fuerza y amplitud y así resolver controversias políticas nunca vistas en México, como la anulación de las elecciones de gobernador en Tabasco (2000) y Colima (2015), cuando los conflictos políticos poco tiempo antes se resolvían mediante las famosas ‘concertacesiones’ que tanto daño le hicieron a la política mexicana.

‘Que no tiene autoridad moral’ para criticar, le dice la presidenta electa Claudia Sheinbaum al doctor Zedillo, cuando es de todos sabido que como expresidente nunca lo acusaron de enriquecimiento inexplicable, ni de corrupción personal y familiar, ni de nepotismo (que el mismo ex presidente combatió desde el poder cuando en alguna ocasión se presentaba a discusión el tema entre sus colaboradores y algunos de sus familiares directos a quienes desde el principio les prohibió entrometerse en los asuntos públicos, de México mientras él se desempeñara como presidente. Algo que sin duda, riñe con lo que pasa ahora en materia de nepotismo en todos los niveles de la 4T.

Que es ‘ridículo’, dice el presidente López Obrador, y que Zedillo es utilizado por sus adversarios para atacarlo. Solo descalificaciones y nada de discusión sobre lo dicho por el expresidente. Nada de analizar a fondo su argumentación, solo atacarlo con los señalamientos de siempre que caen por su propio peso: Fobaproa, privatización de los ferrocarriles, violencia en Acteal, etcétera.
Ni imaginar lo que hubiera hecho López Obrador de haber recibido la herencia que recibió Ernesto Zedillo en diciembre de 1994.
Zedillo recibió un país muy caliente por los asesinatos políticos de Colosio y de Ruiz Massieu; un levantamiento armado sin resolverse en Chiapas; la economía nacional prendida de alfileres, con deudas de corto plazo de 40 mil millones de dólares y con solo 5 mil quinientos millones en las reservas del banco de México; con una moneda a punto de devaluarse; y un ex presidente de México en plena rebelión, como no se había visto en México desde 1935.

Ernesto Zedillo terminó su sexenio en el 2000 con un crecimiento económico de México del 7.1 por ciento, y una paridad cambiaria de 9.6 pesos por dólar (según diversas fuentes confiables el crecimiento del PIB de 1996 al 2000 fue del 5.1 por ciento) también sentó las bases de la economía ‘neoliberal’, que siguieron aplicando sus sucesores hasta el actual presidente. Dejó encarrilado el conflicto chiapaneco para la reforma constitucional del 2001 y manejó en paz y con estabilidad la transición del PRI al PAN en el 2000 con Vicente Fox.
La reaparición pública del expresidente Zedillo en la semana que termina ha sido bien recibida por tirios y troyanos, a excepción —off course— del oficialismo intolerante que culmina su sexenio sin pizca de autocrítica y sin reconocer sus errores—. Ha sido esa conferencia del expresidente ante abogados como un tanque de oxígeno en un ambiente político enrarecido, confuso y con incertidumbre total.

Hay que revisar con lupa sus afirmaciones y analizar a fondo su tesis de que México, con la reforma judicial aprobada a marchas forzadas y con chantajes a la oposición, corre el riesgo de caer en una negativa regresión política y con pase automático a la tiranía. ¡Aguas!

bulmarop@gmail.com