Una de las peculiaridades de la elección en 2018 fue la desconexión entre lo que nos contaba la comentocracia y lo que realmente ocurría en el sentir ciudadano. La gran mayoría de los columnistas y opinólogos encumbrados demostraron habitar una realidad paralela. A lo largo de esos meses previos a la elección los escuchamos repetir las mismas fórmulas, las mismas frases prefabricadas y hasta las mismas palabras clichés. Vale la pena un apretado recuento:
En enero del 2018 fue la “intervención rusa en las elecciones”. La prueba irrefutable era esta: John Ackerman es colaborador del Russia Today. Entonces, hay nexos con los rusos. El nado sincronizado de la opiniocracia, tratando de parecer serio, exigía: AMLO debe ofrecer “certeza absoluta” de que no hay ningún tipo de intervención. Pero Amlovich los rebasó con sentido del humor.
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Luego AMLO propuso una amnistía que fue tergiversada al extremo. La comentocracia hacía como si no entendiera. Se explicó que no se trataba de perdonar a quienes cometieron asesinatos, sino de ofrecer una oportunidad a los que se involucraron en el comercio de drogas por necesidad. No importó, todo lo que escuchamos y leímos fue: AMLO quiere perdonar criminales y asesinos, una narrativa que tampoco caló entre la ciudadanía. Luego vino la funesta alianza entre Morena y el PES. De pronto la comentocracia se convirtió en la mayor defensora de la diversidad sexual. ¡Indignante! ¡AMLO es un conservador! ¡Un homófobo que quiere regresarnos al siglo XIII! ¡Un religioso enemigo del Estado laico!, dijeron. Claro, nunca nos contaron que AMLO apareció en un spot donde expresaba su respeto a la diversidad sexual o que en un acto levantó el brazo a una mujer trans.
Los nados sincronizados continuaron: AMLO dice en una entrevista que desconfiaba “de eso que llaman” la sociedad civil. El corifeo contestó: AMLO es un autoritario, quiere acabar con la sociedad civil independiente y encabezar un Gobierno totalitario. No importó que el candidato hiciera referencia a un grupo en concreto (el matiz estaba en “eso que llaman”), a las “asociaciones civiles caviar”.
Ocurrió algo similar en mayo 2018, cuando AMLO apuntó contra seis empresarios del Consejo Mexicano de Negocios. El corifeo nadó ahora dándose golpes en el pecho: ¡AMLO es enemigo de los empresarios! Como si seis hombres de negocios hablaran por los cientos de miles de empresarios que hay en el país. Pero la narrativa tampoco caló.
Y así podríamos citar más ejemplos. El caso es que ni el intento de presentarlo como el enemigo del progreso y la modernidad por oponerse a la construcción del nuevo aeropuerto ni el absurdo de acusarlo de censor (¡antes de ser presidente!) por haber criticado aquella serie televisiva sobre populismo les sirvió. AMLO creció y creció.
Y cuando ya no pudieron con él, vino un nuevo nado sincronizado: los mismos que ayer decían que el país necesitaba mayorías para garantizar la gobernabilidad y promover reformas se volvieron los profetas del voto cruzado como estrategia para evitar eso que con su pomposidad habitual llaman la concentración del poder “en manos de un solo hombre” y aún así el electorado jamás los tomó en serio y la alianza Juntos Haremos Historia arrasó abrumadoramente las elecciones y logró colocar en la Cámara de Diputados a 308 de sus representantes de 500, 61.6% ( Morena 191[38.2%], PT 61[12.2%] y PES 56 [11.2%] )
En suma, la comentocracia ofreció de todo a lo largo de esa campaña: psicólogos expertos en analizar la personalidad de AMLO; peritos judiciales expertos en revivir casos ya cerrados y magistrales economistas que acabaron por convertirse en videntes de las crisis que vendrán (y hasta sugerir secretarios de Hacienda capaces de evitarlas). La última de las brazadas llegó al terreno de parodia y desesperación: “AMLO está enfermo”, nos decían, “no puede gobernar”, “tenemos derecho a saber si goza de cabal salud”.
La comentocracia fracasó en la elección del 2018, sigue fracasando en estos 2 años y 4 meses de Gobierno Lopezobradorista y todo indica que fracasaran en las elecciones de este 2021. No solo porque la ciudadanía ya no los toma en serio, sino porque fueron y siguen siendo incapaces de entender lo que realmente está pasando en la política y la sociedad. Pero, ¿por qué siguen sin entender que no entienden? la respuesta es muy simple; porque la gran mayoría de los medios siguen estando en manos de los mismos poderes empresariales y la libertad de expresión sigue estando subordinada a la libertad del negocio, es decir, la libertad de prensa está sujeta a los intereses de los propietarios y directivos del medio de comunicación y sin la voluntad de estos, no hay tal libertad.
El poder que adquirieron los medios de comunicación es incuestionable, algunas veces creen tener más poder del que realmente detentan y buscan convertirse en protagonistas y jueces de la cosa pública, en más de una ocasión desvirtuándola hasta convertirla en espectáculo y gran parte de los medios siguen anclados reproduciendo la fórmula de estos vicios aunque su efecto en gran medida ya ha quedado nulificado. Ha llegado la hora de que veamos en los medios nuevas caras, capaces y dispuestas a entender más, y menos plumas dedicadas simplemente a repetir lo mismo, ¿entenderán esto los “jeques” de los medios de comunicación?
Fuente: Aarón Tapia