Con el advenimiento de la democracia en las naciones, muchos creyeron que se resolverían en automático los viejos y nuevos problemas. También pensaron que sería el instrumento ideal para atender cuestiones ancestrales como la pobreza, la distribución del ingreso, la justicia y la igualdad de oportunidades, entre otros.
Ese debate se intensificó después de la caída del Muro de Berlín, a finales del siglo XX, y cuando las naciones rehenes de la cortina de hierro comenzaron a liberarse de sus líderes, ya eternizados en el poder obtenido tras el reparto del mundo después de la Segunda Guerra Mundial, que por cierto había marcado enormes diferencias entre la Europa del Este y el resto de las naciones desarrolladas.
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Las dictaduras interrumpieron el progreso de algunas naciones que gozaban de altos niveles de vida y bienestar, y sus habitantes no tardaron en entrar a los tiempos de escasez con largas colas para abastecerse de lo elemental. Esto engendró un malestar contra los gobernantes y estallaría como castillo de naipes a partir de la caída del muro. Igual sucedió en América Latina donde naciones desarrolladas como Chile y Uruguay y otras 15 más, experimentaron las dictaduras militares y tardaron años, en ver la transición a la democracia.
Los nuevos dirigentes se plantearon el dilema:¿Era la democracia el instrumento ideal para alcanzar el progreso o para resolver los urgentes problemas de cada país?
No tardaron en darse cuenta que la historia es y ha sido siempre una caja de sorpresas. La democracia solo era un instrumento de libertad para ejercer derechos y para participar en la discusión libre de problemas y propuestas, no para lograr la felicidad de los pueblos o resolver los problemas an automático.—El problema era de los gobiernos—, Pero sí servía la democracia para sumar ideas y enfoques diferentes para abordar los problemas. Así surgieron todo tipo de propuestas, desde las del estado de bienestar hasta las del estado mínimo, por ejemplo.
México se encaminaba a la modernidad al finalizar 1993. Finalmente se había aprobado el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y Canadá y ya había tres candidatos presidenciales seleccionados por sus partidos: Diego Fernández de Cevallos (PAN), Cuauhtémoc Cárdenas, por segunda ocasión y ahora por el PRD, y Luis Donaldo Colosio (PRI).
En ese entonces el PRI gobernaba en 29 entidades: Solo Baja California (1989), Guanajuato (1991) y Chihuahua (1992) se habían perdido. El 1 de enero de 1994 México inicia el año con el estallido de la rebelión campesina de Chiapas, encabezada por el EZLN, y con un problema de conciliación política al interior del aparato de gobierno: Manuel Camacho, el otro competidor por el PRI a la candidatura presidencial, no reconoce a Colosio como el candidato favorecido con la decisión presidencial (un método aplicado por los presidentes mexicanos desde 1924: dejar sucesor; que, por cierto ya había hecho crisis desde 1988).
Colosio aventajaba en las encuestas, pero el asunto chiapaneco se metió en la agenda diaria desplazando a las campañas políticas. Colosio fue asesinado en Tijuana el 23 de marzo de 1994, y a partir de entonces se aceleraron los cambios en México.
Ernesto Zedillo, excoordinador de campaña de Colosio, fue postulado como candidato, y en agosto de ese año ganó la elección con el 48.6% de la votación. En 1994 se logró la participación electoral más alta de los tiempos modernos con un 77.16%.
En 1988 la participación fue del 52.01%; en el 2000, de 63.97%; en el 2006, de 58.55%; en el 2012, de 63.10%; y en el 2018, de 63.42%.
La historia registra ese final de 1994 como el del inicio de las diferencias marcadas y públicas entre un presidente entrante y el expresidente saliente, que se ahondarían con el llamado “error de diciembre” y la aprehensión de Raúl Salinas de Gortari.
México inicia 1995 con pésimos augurios por el “error de diciembre”, Chiapas y los asesinatos políticos. Ese año el PRI pierde Jalisco, Baja California (segunda vez) y Guanajuato (segunda vez). También se presenta la reforma más avanzada de la Suprema Corte de Justicia.
En 1996 se da la reforma política más importante al crearse el TEPJF y al lograrse la plena ciudadanización del IFE (ya no más el Gobierno en el manejo de las elecciones). Se legisla para que la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México se logre por elección directa al siguiente año.
En 1997 el PRI pierde la Ciudad de México y la mayoría en la Cámara de Diputados. Pierde también Nuevo León y Querétaro.
En 1998 el PRI pierde Zacatecas y Aguascalientes.En 1999 pierde Nayarit, Baja California Sur y Tlaxcala.
En el 2000 el PRI pierde la Presidencia de la República con el PAN. Fox gana con el 42.52% de la votación.Ese mismo año pierde también los estados de Morelos y Chiapas, y por segunda vez la Ciudad de México, y Guanajuato por tercera ocasión.
En la mayoría de los estados el PRI logró recuperarse, a excepción de Baja California donde el PAN gobernó 30 años y Guanajuato, donde va por 31 años el próximo julio.
En el 2001 el PRI pierde Yucatán y Michoacán, y gradualmente fue perdiendo distritos locales (del 97.8 al 49.6) y 583 de los 2400 municipios. De las entidades donde nunca se había dado la alternancia, en 2021 el PRI perdió Colima y Campeche, y solo quedan sin alternancias, Coahuila, el Estado de México e Hidalgo.
Una enseñanza fundamental de los cambios políticos ha sido que la democracia garantizó las alternancias en los gobiernos, pero no la calidad de los mismos. La libertad de elegir en muchas ocasiones no coincidió con la eficacia de los electos. La política derivó en mercadotecnia y así emergieron aventureros políticos que “subieron en elevador” y “bajaron en elevador”. Con el tiempo desaparecían del mapa sin mayor pudor ni trascendencia. Eran los tiempos en que ingenuamente se creyó que los privados podrían sustituir fácilmente a los políticos de carrera.
Fox empezó bien y generó expectativas, pero al rato, con un gobierno gris, dominó el desencanto entre la gente y el PAN casi pierde la presidencia en el 2006. Felipe Calderón batalló para legitimarse ante la escasa ventaja que tuvo en la elección sobre el segundo lugar (0.56%) y quiso colonizar el gobierno con pura militancia panista. Al final no pudo imponer sucesor y provocó que regresara el PRI al poder.
Enrique Peña Nieto ganó bien y empezó por unificar a todas las fuerzas políticas de México para lograr reformas importantes en el “Pacto por México”, pero su inexperiencia, frivolidad y provincialismo lo hicieron desbarrancar a la mitad de su sexenio y encaminó al PRI a su tercera derrota en una elección presidencial (2018).
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) prometió una gran transformación que hasta ahora ha sido mas palabras y promesas que realidades, y el desencanto popular ya le pasó una primera factura en la elección del 2021 al perder la mayoría en la Cámara de Diputados.
También trata de imponer sucesor (a)—a costa de la división en su partido— y muchos de los problemas que prometió resolver persisten o se han agravado, lo que será un obstáculo para que Morena pudiera volver a ganar en 2024 como lo afirman sus seguidores.
A 45 años de las primeras reformas políticas y a 28 del sacrificio de Colosio, surgen las interrogantes: ¿Le ha servido la democracia a México para resolver sus principales problemas? ¿ha sido la democracia la panacea para atender sus crisis?¿Qué le falta a la democracia mexicana para cumplir con las expectativas ciudadanas?.
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