El trabajo público requiere de las personas más capaces, más honestas y con una capacidad de decisión casi quirúrgica.
La burocracia tiene como principio que el funcionario cumpla su trabajo con eficiencia, es decir, lograr el resultado utilizando la menor cantidad de recursos posible.
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Al hablar de una administración pública sana, lo hacemos de una transparente, eficaz y, sobre todo, que trascienda al tiempo, es decir, que no piense en política, sino en acciones que mejoren la vida de los ciudadanos.
En un Estado democrático, la situación no es quién ostenta el poder, sino cómo la organización permite un engranaje activo y resolutivo a favor de la sociedad.
Mientras, en regímenes débiles, todo se adecua de a quien se encuentre en la silla; encima, las reglas del juego no están claras, como tampoco quiénes participan.
Por ello todo termina centrándose en una persona, o en un grupo muy reducido, en donde lo que importa no es la capacidad, ni el talento, sino la zalamería.
En México y en sus estados, la burocracia se construye a partir de recomendaciones, pago de favores o posibilidad de tener no colaboradores sino un séquito de adoradores.
Lamentablemente, este hecho daña con severidad a la sociedad, que carece de un gobierno, en cualquiera de sus niveles, que realmente lo represente y, más importante, le atienda.
Este modelo, implementado en el gobierno federal, donde los secretarios de estado son más aplaudidores del presidente, que funcionarios de altos vuelos, es replicado en las entidades.
Sonora no escapa de ello y es así como vemos a titulares de dependencias exhibidos por el gobernador en ruedas de prensa, otros que son desconocidos y, el resto, que optan por aplaudir al titular del ejecutivo antes de aportar algo, lo que sea: una idea, un plan, una crítica.
@cmtovar