El caso de Debanhi Escobar en Nuevo León obtuvo la atención de propios y extraños por la intensa cobertura que medios de comunicación y redes sociales realizaron.
El hecho permitió visibilizar uno de los males endémicos de nuestros tiempos: las mujeres viven en riesgo, indefensión y navegan en un mar de impunidad e indolencia creado por las autoridades mexicanas.
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Siete desaparecen en el país diariamente, muchas de ellas sin dejar rastro y, lo más grave, sin que realmente sean buscadas por las dependencias responsables.
De hecho, como vimos con Debanhi, la mujer suele ser revictimizada, juzgada y sepultada moralmente antes de que se le encuentre viva o muerta.
Es ese el tamaño de nuestra conciencia social, donde una menos, por más que muera a través de la violencia más vergonzosa, es un número que engrosa la infamia y nada más.
No existen realmente un interés genuino por abatir el drama social que significan los feminicidios, las violaciones, los homicidios de las mujeres mexicanas.
El gobierno de la 4T, autoproclamado en su momento como el más feminista de la historia, prefiere negar la realidad y centrarse en comprar pleitos inexistentes, con el fin de desviar la atención sobre lo indispensable.
Para la autoridad federal, hay que decirlo, la mujer es invisible, ya ni siquiera forma parte de su retórica básica, lo que ejemplifica su afán por desaparecer de la agenda las cuestiones de género.
Al aceptar calladamente su incapacidad por cuidar de las mujeres, el gobierno de presidente López Obrador prefiere buscar marginar el tópico de la arena pública, en una muestra más de la pequeñez con que afronta los grandes retos.
López Obrador y su séquito olvidan que las mujeres representan más de la mitad del padrón electoral y que no olvidan con facilidad. Las afrentas a las que son sometidas dejan huellas profundas y su resiliencia puede llegar en las urnas.
Al menos por el asunto electoral tendría que reinar la sensatez.
@cmtovar