Cantaba Gardel que 20 años no es nada… y 16 tampoco.
En 2006, Andrés Manuel López Obrador, como candidato perdedor en las elecciones de 2006, mandaba al diablo las instituciones, a las que acusaba de fraguar un fraude electoral en su contra para entregarle el poder a Felipe Calderón.
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Optó entonces por autoproclamarse como “presidente legítimo” y pasó un sexenio con ese discurso entre sus labios, alentando a sus seguidores a no creer en aquellos organismos, que nos guste o no, habían forjado la patria y el sistema que conocíamos.
Luego vino el 2012 y la exacerbación de su lenguaje y de su mensaje recrudeció otros seis años: todo estaba podrido en la política mexicana salvo él y su movimiento. “La esperanza de México”, como quien no tiene otra chance, como quien no tiene alternativa al estar a un paso del abismo.
Hoy, ya en el poder, después de triunfar bajo un proceso democrático que emanó de las instituciones que tanto criticó, López Obrador, jugándose la envestidura, mancillando su posición como mandatario dijo ayer “no vengan con que la ley es la ley”, al hablar sobre la posibilidad de que hoy la Suprema Corte le dé un duro revés al declarar anticonstitucional su propuesta de reforma eléctrica.
Su frase, más allá de que resulta escandalosa y completamente ajena a un presidente, nos deja ver que 16 años después mantiene la misma tensión en el discurso, que persiste en creer que todo lo institucional, que todo el poder que no emana o depende de él está, de facto, en su contra.
El gran problema para el país es que AMLO ya no es el político necio que se inventaba una ceremonia de toma de posesión, el que despotricaba encima de improvisados escenarios en las poblaciones más recónditas de México, el que se llenaba la boca para alertar sobre aquellos que dañarían al país si no los detenía.
No, hoy funge como presidente, como uno que tendría que cerrar las heridas de la nación, que tendría que llamar al respeto, a la civilidad, a procurar un estado de derecho donde, precisamente, la ley sea la base de todo.
Pero, en lugar de ello, persiste en mostrarse como un modelador de la realidad, que a través del discurso virulento pretende sumar y seguir: más adeptos, más y más, como si hicieran más falta que una ruta para gobernar, un camino hacia un mejor país, una actitud pacificadora que permita el repunte del país.
@cmtovar